J.J. Abrams no sólo nos brinda con Star Trek Into Darkness una aventura trepidante, coherente, emocionante, divertida y llena de sentido del humor, sino que lo hace recuperando el espíritu de la serie original creada por Gene Rodenberry.
Está claro que el propósito de J.J. Abrams con Star Trek Into Darkness, no consiste ni en defraudar las expectativas de los nostálgicos seguidores de una serie que fuera mítica, tanto en cine como en televisión, ni las de los potenciales nuevos seguidores que quieran incorporarse a los viajes interestelares de la renovación que iniciaba, hace cuatro años, con Star Trek. Franquicia que reiniciaba con notable éxito, fusionando los conceptos de secuela y reboot, que en este segundo episodio -décimo segundo si contamos la serie cinematográfica en su continuidad global-, no sólo nos brinda una aventura trepidante, coherente, emocionante, divertida y llena de sentido del humor, sino que lo hace recuperando el espíritu de la serie original creada por Gene Rodenberry.
Aunque el tiempo de la USS Enterprise estuviera muy adelantado del presente en que se realizaban los episodios en los años setenta, cada uno de esos fascinantes mundos que exploraba la nave, capitaneada en aquellos días por William Shatner, como el capitán James T. Kirk, y Leonard Nimoy, como Spock, escondía vínculos y metáforas con diversos conflictos de la sociedad contemporánea, como el racismo todavía latente en la sociedad estadounidense, los peligros de la guerra fría o el sinsentido de la guerra de Vietnam. Debates que son aquí y ahora reemplazados por una lacra que asola el mundo contemporáneo a escala mundial, como son el terrorismo y el fundamentalismo. Ya desde el trepidante prólogo de la película, Abrams establece la premisa en la que se va a asentar Star Trek Into Darkness, que descansa sobre dos axiomas opuestos. Por un lado Spock asegura que la vida de una persona es prescindible si el fin es salvar la de muchos otros, pero por otro se nos muestra cómo una sola persona es capaz de sacrificar su vida, llevándose por delante muchas otras, con el propósito de salvar la de un ser querido. De esta manera tan sencilla se establece un lazo entre el debate eterno entre Kirk y Spock, sobre la validez de la razón frente al sentimiento, así como explora los caminos por los que una persona podría llegar a ser capaz de cometer una acción terrorista.
Al igual que sucedía ya en Super 8, J.J. Abrams aprovecha su relato, no sólo para dar rienda a su nostalgia cinéfila, sino para reivindicar la ineficacia de la lucha contra el eje del mal (la que lideraba el presidente Geroge Bush, teniendo como acólitos a Tony Blair y José María Aznar), en la que también hay implicadas unas misteriosas armas de destrucción masiva. A través de Star Trek Into Darkness, título internacional de la película, demuestra que exactamente lo mismo que unos hacen en favor del mal, es lo que hacen otros en favor del bien. Igualando al mismo nivel a terroristas fundamentalistas y gobiernos (como el estadounidense) que se saltan a la torera tanto la legislatura internacional como la de su propio país. Y no sólo eso, sino que consigue demostrar que la verdad siempre puede ser relativa, dependiendo del prisma con el que se mire, para lo que se sirve igualmente de la relación entre Kirk, Spok y Uhura, así como permitiéndonos, en un momento dado, sentir una cierta empatía por el malvado Khan, llegando a entender, si no sus propósitos, sí las emociones que le dan sentido.
Pero no se preocupen si de repente les parece que estoy hablando de una película demasiado intelectual, J.J. Abrams no descuida ninguno de los aspectos de su película. Si el relato está perfectamente construido, la aproximación visual circula en las mismos parámetros. La primera secuencia consigue elevar nuestros niveles de adrenalina a niveles considerables, rebajando después la tensión para que podamos, tanto asimilar las acciones por las que irá tomando forma el relato, como establecer, sin que nos demos cuenta, las bases que haren contenido y envoltorio a su precedente, más centrada ahora en establecer su nuevo camino que en definir sus vínculos dentro de la saga, constituyendo, desde mi punto de vista, la mejor de toda la serie. A pesar del 3D, que sigue sin aportarme demasiado y que en algunos casos, emborrona las secuencias de acción en lugar de hacerlas más espectaculares. Aunque también es cierto que nunca he sido demasiado partidario.
Si bien todos los miembros del reparto, desde Simon Pegg hasta Karl Urban, pasando por Anton Yelchin, John Cho y Zoe Saldana representan sus respectivos personajes con la coherencia y eficacia que se esperaba de ellos, debo decir que me he quedado muy favorablemente impresionado con las interpretaciones de Chris Pine y Zacahry Quinto, así como con las nuevas incorporaciones. Si Pine consigue en algunos momentos llegar a ser odioso, también logra transmitir al espectador esa confianza que despierta en toda su tripulación. Sirviéndose de la mínima expresión y un nivel de percepción notablemente superior, Quinto consigue materializar sus propios pensamientos, ofreciendo un Spock que muestra a la perfección la dualidad de una personalidad forjada a mitad de camino entre la sensibilidad de un vulcano y la de un humano.
Quizás la aportación del recuperado Peter Weller sea un tanto discreta, pero no por ello menos eficaz e interesante, mientras se agradece notablemente la de Alice Eve, que se mueve como pez en el agua por la cubierta del Entreprise (quejarse por su desnudo es ridículo porque es mínimo y tan rápido que casi ni se llega a apreciar). Pero es la extraordinaria interpretación de Benedict Cumberbatch la que resulta sencilla y terriblemente espectacular, porque le odias a la vez que le entiendes. Las cualidades emocionales de su personaje van mucho más allá que las del mismo personaje interpretado por Ricardo Montalbán, tanto en la segunda secuela de la serie cinematográfica, Star Trek II: the wrath of Khan, como en el episodio televisivo donde apareciera por primera vez su personaje. A pesar de la torpeza de su peluquero -que en ocasiones hace de su cabellera un casco-, Cumberbatch consigue interpretar a un villano tan implacable como sensible, dominando sus recursos emocionales de la misma manera que su personaje controla las situaciones.
Desconozco si está hecho a propósito o es casual, pero pareciera que J.J. Abrams pretendiera evidenciar algunas de sus influencias, tanto las nostálgicas, además de lo que respecta al universo trekky, como las intelectuales. Podemos encontrar una vinculación nostálgica con RoboCop, que obtendremos de unir la presencia de Peter Weller con la de Miguel Ferrer en Star Trek, dado que ambos fueran integrantes del reparto de la película dirigida por Paul Verhoeven en 1987. Una vinculación más profunda, que confirma que estamos ante una película que establece un debate moral, se insinúa con el diseño de esa mesa redonda ante la que están sentados los altos mandos de la flota estelar, y que está calcada de la que Ken Adams diseñara para Dr. Strangelove or how a lerned to stop worried and love the bomb (1964). Cierto es que se trata de un diseño muchas veces repetido en el cine, pero dado que también podemos encontrar las claves de alguno de los personajes, que no pretendo desvelar, lo que, desde mi punto de vista, confirma que alude a una más de las magníficas obras que dirigiera Stanley Kubrick.